jueves, 26 diciembre 2024
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La memorable historia del «Hércules de Minglanilla»

Daniel Pi

Cuando los relatos se alejan de nuestro tiempo hasta un momento en el que ni siquiera las fotografías existían para dar prueba de los acontecimientos, la nube de la duda se extiende haciendo que muchas historias verídicas se califiquen de leyendas, ya que sólo algún fragmento escrito apoya los relatos orales transmitidos de generación en generación, que se considera que tienden a la exageración. Así, si relatos comunes son cuestionados, no podría suceder de otra manera con historias formidables sobre personajes extraordinarios cuya existencia está documentada pero cuyas hazañas maravillan y asombran.

Este es el caso de Benito Martínez, apodado “Don Benitón”, el “Hércules de Minglanilla” o el “Hércules conquense”, un hombre que vivió en la primera mitad del siglo XIX y que tenía una fuerza sobrehumana, tanto que sus hechos han permanecido en la memoria de quienes habitan en la misma zona donde él lo hiciera.

Con una altura superior a los dos metros y una enorme musculatura, que desarrolló desde muy joven, Martínez dio muestras constantes de una asombrosa potencia y fortaleza, siendo por sus lejanísimos lanzamientos campeón de barra castellana, deporte similar al lanzamiento de jabalina y de mucho prestigio desde la Edad Media en el que se intenta lanzar lo más lejos posible una barra de metal de más de siete kilogramos.

Además de en las actividades deportivas, “Don Benitón” mostró también sus cualidades en otros ámbitos como en los trabajos diarios, puesto que, trabajando en el transporte en unas salinas, se dice que compitió con sus compañeros de labor para ver quién podía cargar más peso, afirmándose que le pusieron sobre sus espaldas 480 kg, algo que no le impidió poder subir con el aparatoso lastre un escalón.

En cuanto a los retos a los que sin duda los curiosos querían someter la incomprensible fuerza del llamado entonces “Hércules conquense”, destaca un episodio que fue el icono de su fama y que le ha supuesto que en la citada ciudad de Minglanilla (Cuenca) donde vivió, exista una estatua en su honor (en la foto). En ella se representa un acontecimiento en el que Martínez, cuando era ya mayor, pidió que le atasen una cuerda a cada brazo extendido en cruz y que de ellas estirasen cuatro hombres (según otros relatos fueron cinco), dos en cada una, para intentar evitar que pudiese acercarse a la boca dos vasos de vino que tenía, uno en cada mano. Con todo, aunque los hombres que le retaron tiraron con todas sus fuerzas de las cuerdas no pudieron evitar que “Don Benitón” bebiese de los vasos doblando los brazos, provocando por su fuerza que los cuatro hombres cayesen al suelo.

Al margen de estas y muchas otras proezas que realizó en tiempo de paz, Benito Martínez, conocido en su localidad por su bondad, tuvo un condecorado paso por el ejército, ganando tres ascensos por méritos de guerra durante la Guerra de Independencia Española (1808-1814) en lucha contra las tropas de Napoleón. Y es que se dice que evitó que su batallón cayese muerto o apresado al derribar a golpes con su fusil a una tropa de franceses que había desbordado sus líneas. Asimismo, se afirma que provocó la huida de los defensores franceses en el asalto a un fuerte en Tarragona.

Es más, cuando terminó este conflicto bélico, en el que no sucumbió pese a haber recibido durante los años once balazos y del que salió sano y ascendido al grado de capitán, fue trasladado a la guarnición de Melilla, siendo capturado en una emboscada realizada por miembros de tribus locales armados con espingardas. No obstante, “Don Benitón” se liberó al aprovechar una noche de tormenta para ahogar a su carcelero y volver andando hasta Melilla.

Unos años más tarde, “El Hércules de Minglanilla” retornó a su población donde vivió veinte felices años con su mujer y sus hijos, si bien la guerra y su voluntad de ayudar a los demás se volvió a cruzar en su camino, esta vez ya definitivamente. En 1848, cuando una partida que combatía en la Segunda Guerra Carlista (1846-1849) quiso detener a varias personas de su pueblo, él trató de impedirlo aguantando con su fuerza una puerta que fue acribillada a balazos. De las heridas provocadas entonces, Benito Martínez falleció, aunque no el recuerdo de sus virtudes y sus hazañas.

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